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La dedicación excesivamente plena en la política o en el trabajo es muy mala para la familia

Conozco varios políticos de pequeño nivel con serios problemas de relación familiar, pasa igual en profesiones en donde la atención debida es superior a la media, cuando no hay horarios fijos y claros, cuando la implicación tiene que ser muy alta e incontrolable en horarios y festivos.
La familia es también calidad de vida, es serenidad y calidad profesional. No se puede anteponer
el trabajo, sea del tipo que sea, a la pérdida de la familia. Y es todo cuestión de mesura y tiempo.
Tal malo es un exceso de trabajo —como efectivamente una falta del mismo, pero no vamos a hablar aquí de esto— como prolongar mucho en el tiempo este uso ilógico de la vida completa, abandonando la familia. Los que te rodean pueden entender unos años de pérdida si está justificada, pero necesitan tener como todo ser humano en todo proyecto, una meta clara de donde está el final, hacia donde queremos camina, que tipo de actividad vamos a realizar y por cuanto tiempo.
Lo peor es engañar aunque sea para no producir dolor. En estos proyectos que van a requerir de nosotros toda la atención y tiempo, debemos ser claros y a ser posible mantener muy informado a nuestra familia de los sacrificios que requerirá a todos la nueva situación. Y no saltarnos los plazos o las promesas. Hay que intentar buscar huecos, espacios propios, ganas de compartir, colaboración y compañía en aquellas actividades que lo permitan aunque sea en momentos puntuales.
Si tenemos que perder la familia, algo bastante común en estos tiempos, nunca nos lo perdonaremos pues habremos perdido gran parte de nuestra calidad de vida, posiblemente para nada pues por desgracia suele venir a la vez la pérdida del poder laboral con el de la familia. Todo se agosta a la vez.