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¿Se puede activar la economía, aumentando el gasto público?

Mientras unos critican el gasto público por generar un efecto de crowding out en la inversión privada, asistimos a como esta inversión —a veces— se centra en los aspectos más improductivos de la economía, y esta transfusión de dinero público directo a bienes como el oro y las materias primas, han empezado a elevar sus precios de forma totalmente especulativa y perjudicial para los países que, en el caso de la alimentación, están mucho menos desarrollados. A la hora de hacer gasto público hay, posiblemente, tres formas que puedan describir exactamente las posibilidades que se tienen dentro de un marco económico realista.

Primer caso: Cavar agujeros para taparlos.

En primer lugar tenemos el más improductivo de todos, el ejemplo que se utiliza a diario para desprestigiar la idea del keynesianismo, a la que le doy vueltas y vueltas y cada vez le veo menos sentido: Cavar agujeros para después taparlos. La idea es la siguiente, en crisis el empleo baja, por lo que una posible idea sería que el sector público contratara empleados para que hicieran agujeros y luego los taparan. Algo totalmente improductivo, cuyo único sentido es hacer que el dinero, en vez de estancarse, siga fluyendo por la economía.
Sí, seguiría fluyendo. Yo en vez de guardar 500 euros en el banco, que irían destinados a cualquier tipo de inversión improductiva, se los tendría que dar al estado para mantener el empleo de otra persona. A su vez esta persona tendría 500 euros más de lo que tendría si estuviera desempleada y por tanto podrá comprarme a mi el producto que yo venda. Todo, claro, a nivel agregado. Todo esto hasta que los niveles de confianza vuelvan a subir y la gente decida gastar de nuevo de forma privada y mantener los empleos por si solos.
El problema es que el dinero en vez de estar dando una rentabilidad (via ahorro) o proveyendo de un mayor bienestar estaría siendo gastado en elementos aun menos productivos. Además, los 500 euros que recibe el obrero también va a querer ahorrarlos (¿Por qué va a ser diferente?) y el estado también tendrá que grabárselos para seguir haciendo circular la economía. AL final, es como tener a un muerto en coma vivo a través de una máquina. Sí está vivo, pero en cuanto la quites el corazón deja de latir (es un ejemplo extremo porque ninguna economía “muere”, pero creo que se entiende).
Puesto que todo lo que suena a comunismo nos entra por una oreja y nos hace explotar la otra, parece que lo único que tendemos que puede hacer el estado es contratar a obreros para que mejoren la ciudad, quitar y poner aceras, crear servicios no demandados, etc. La actividad productiva está, en general, en manos privadas, y hacerse con ello es, por tanto, difícil. El ejemplo de los agujeros sigue siendo, por tanto, tanto en teoría como en la práctica, lo más utilizado (aunque de muchas maneras).

Segundo caso: Finalidad de gran escala.

En segundo lugar tenemos la persecución de un bien común. En la crisis de los 30 fue la segunda guerra mundial. Hace unos días Krugman hablaba de creernos una invasión extraterrestre. En este caso el sector público incide en la producción privada (en el caso de los años 30 incidiendo en la inversión armamentística, proyectos
de investigación y desarrollo, no debemos olvidar que, lamentablemente, muchos de los progresos en la práctica científica, al menos en esos años, se hicieron por motivaciones bélicas. En este caso se mantienen vivas a las industrias privadas, se justifica el gasto público y, para cuando se ha resuelto el conflicto la confianza económica vuelve a ser positiva. El problema: obviamente es necesario un acontecimiento de una importancia tal que lo justifique. No es, por tanto, algo con lo que contar, sino más una curiosidad de gran calado.

Tercer caso: Inversiones productivas.

En tercer lugar, tenemos lo que sería más sensato. Llevar a cabo por el estado las inversiones productivas que el sector privado no va a hacer en el momento. Al no ser un gasto, sino una inversión, la posible futura rentabilidad, siempre que sea superior al interés que se deba pagar en el endeudamiento público justificaría por si sola la actuación. Al ser una inversión de proyección futura, el empleo generado tendría un impacto no solo momentáneo, sino permanente. Se pueden incidir en sectores clave para su futuro desarrollo privado (de hecho está demostrado que las ayudas concretas generan un mayor crecimiento que las genéricas, el único problema es, justamente ese, que no son genéricas y por tanto siempre que hablamos de lo “social” puede generar inconformismo por parte de los otros sectores). Se pueden emplear medidas públicas, o de financiación conjunta con la privada, manteniendo la industria lo mejor posible.
Es decir, a la hora de buscar la alternativa, el sector público se debe encargar de: (I) mantener en todo lo posible la actividad económica a lo largo de la crisis, (II) de forma sostenible tanto en el corto como en el largo plazo, y (III) en sectores que tengan futuro y sean demandados por la sociedad.
De nuevo. Creo que hay un punto de vista, y lo comentaba hace poco en la entrada sobre Keynes y Hayek, que todo el mundo, sociedad y sector empresarial, debería tener muy en cuenta, muy defendida por la escuela austríaca, y es que las crisis hay que sufrirlas. El sector público, creo (bajo mi punto de vista y mi experiencia histórica estudiada), puede ayudar a que la caída sea lo menor posible, la transición entre los diferentes estados económicos sea lo más suave posible e intentar que no se generes heterogeneidades importantes (que afecte de manera importante e incorregible a sectores de la población, por edades, educación, etc). Sin embargo, estamos hablando de una ayuda. Nada más. Creo que el símil más correcta sería, en el plano médico, como coger una gripe. Sí, el médico te puede ayudar, te puede recetar pastillas y te aliviará en parte los síntomas, pero un par de días en cama no te los quita nadie. El sector público puede ayudar en las crisis, pero la crisis está por algo que no se puede corregir del día a la mañana, y ni existen varitas mágicas ni, muy probablemente, existirán.