Páginas

No hay que viajar para probar sabores globalizados, pero de plástico

Hoy he ido al Lidl a comprar cena y me he traído el mundo por montera. 

Unos aperitivos de la India, unas sopas chinas, unas almendras tostadas de Marruecos, unos aperitivos del Japón y otros picantes de Senegal, un queso de Francia, un vino blanco de Chile y unos chocolates de Alemania. Los chipirones rellenos eran de marca española pero pescados junto a Cuba en un barco de Mauritania.

La globalización no es una feria de globos sino la posibilidad de que los ricos puedan utilizar a los pobres de varios países diferentes para que trabajen para ellos. Si llamas a información telefónica —que es gratis— contactas sin darte cuenta con Argentina, pero si llamas a tu hijo que trabaja en la ciudad francesa de Pau que está mas cerca de Zaragoza que Salamanca, te cuesta un huevo la llamada. Es la globalización.

Ayer comíamos unos espárragos del Perú y los piratas que los cortaron de su tierra eran trabajadores de Venezuela que trabajaban para una multinacional de EEUU que los exporta para embotar a una empresa de Navarra. Todo es cariñoso pero raro ¿no? Eso, o… ¿No seré el raro soy yo? ¿Estáis seguros de que escribo desde España? Ni yo mismo lo sé.