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Son Banya. Historia y errores urbanos de libro sociológico

Vamos a ver un ejemplo de pequeño urbanismo equivocado, el del poblado famoso por sus problemas con la ley llamado Son Banya, asentado en Palma, en la isla de Mallorca, y que contiene todos los condicionantes sobre lo que nunca se debe hacer para intentar lograr los objetivos que se proponían. Por eso mismo, uno debe pensar la posibilidad de que tantos errores son complicados de realizar seguidos y sin parar, por lo que tal vez no falló tanto la planificación, como que tal vez existía un plan determinado para que aquello nunca quedara resuelto de la forma que se pretendía.

El poblado mallorquín de Son Riera, conocido popularmente como Son Banya, y que se levanta todavía ahora junto al aeropuerto de Mallorca y a una zona industrial de Palma, surgió de la necesidad de dar una solución provisional a la problemática de vivienda para la comunidad gitana que se encontraba asentada en el inicio de la actual autopista de Levante.

Con este fin se creó la Asociación Pro Integración de los Gitanos de Mallorca (INGIMA), presidida en su momento por el padre Sabater de los Hermanos Marianistas, que eran titulares y propietarios de los terrenos donde antes había existido un colegio concertado y donde se construyeron —una vez cedido el terreno— un total de 124 viviendas para acoger a una población de unas 600 personas gitanas que en aquel momento vivían en chabolas de madera, hojalata y cartones.

Llevaban ya unos años ayudando a la comunidad gitana en los barrios de El Molinar y el Amanecer, les habían dotado de servicio médico, un ropero de almacén de ropa usada y otros servicios de asesoramiento y atención hacia la población gitana, con profesionales que habían formado desde los Marianistas.

Vivían en unas chabolas inmundas, que el propio Ayuntamiento tiró para dignificar un poco la vida de estas familias que trasladó a Son Riera (Son Banya).

En 1970, INGIMA (Integración de Gitanos Mallorquines) cedió en propiedad al Ayuntamiento de Palma una parte de estos terrenos del hoy Son Banya, y en 1977 el resto de terrenos los cedieron los marianistas a Cáritas Diocesana.  Actualmente, la propiedad de este espacio está compartida entre el Ayuntamiento de Palma y el Instituto Balear de la Vivienda (IBAVI), que en 1995 adquirió la propiedad de Cáritas Diocesana. El pleno del Ayuntamiento, en 1974, creó el Patronato Albergue Son Riera como órgano de gestión del poblado gitano.

Esta imagen es más antigua que la anterior. En la zona izquierda se puede ver el colegio primitivo
Aunque a nivel oficial esta zona de Palma se llama Son Riera, todo el mundo la conoce más por Son Banya por estar cerca de unos terrenos donde había una batería militar con ese nombre. Es una zona —como podemos ver en las imágenes— cerrada, encerrada desde su construcción pues se dejó las vallas del solar de los marianistas, con una única entrada y salida, construido como un auténtico gueto donde se “aparcaba” a las personas que parecían molestar.

Este poblado se construyó como un albergue provisional, para que en un período de 10 años —y trabajando la integración social integral— se lograra que las 124 familias se asentaran entre los distintos estamentos y barrios de la sociedad mallorquina. Nunca se logró.

Las casas contaban en un principio con dos habitaciones, sala-comedor, cocina y un amplio patio individual interior destinado a corral, jardín, huerto o para el uso de animales domésticos. Se puso un alquiler simbólico de cien pesetas mensuales, para crear sensación de normalidad social. Pero enseguida aquella cantidad dejó de pagarse en principio por no tener ingresos familiares muchas de aquellas familias.

Se puso en funcionamiento una escuela, se dotó al poblado de una asistenta social y de una especie de alcalde propio que representara a los vecinos, un administrador que llevaba las gestiones económicas y una persona que se ocupaba de los problemas sanitarios, incluso de un policía municipal que actuaba de mediador si había problemas de relaciones y seguridad.

Se intentó trabajar socialmente desde el principio para que esta comunidad dispusiera de un trabajo estable en fábricas del entorno y de una nueva vivienda adquirida a través de sus propios medios de subsistencia. Se deseaba —equivocadamente— que la comunidad gitana dejara de lado sus propios principios sociales y cambiara todas sus formas de relación con el ambiente, con los suyos, con su propia sociedad, hasta convertirse en ciudadanos iguales al resto. Y todo sin lograrles antes un medio de vida laboral suficiente y estable.

Pero todas las previsiones fallaron, al partir de realidades absurdas. Algunos lo justifican por la crisis económica del año 1973, que supuso un gran retroceso en la labor social del poblado por falta de presupuestos públicos. Pero la realidad nos dice que esto es siempre una labor muy lenta, suave y con trabajos sociales muy complejos de realizar si no hay unas ayudas muy eficaces. Incluso en el caso de lograr que algunas familias cambien su forma de vida, enseguida vienen nuevas personas a ocupar su espacio social. 

En Zaragoza tuvimos el ejemplo en la Quinta Julieta, un poblado realizado de forma muy similar, para derribar el poblado chabolista de la Paz..

Debemos advertir que en sus inicios, el 90% de la población adulta era analfabeta y tan solo un 10% de los hombres del poblado tenían un trabajo estable que les permitiera vivir en condiciones humildes. El resto no tenían trabajo ni posibilidades sociales de encontrarlo. En la actualidad todavía hay un 40% de analfabetos entre sus 400 habitantes. Se cree que unas 22 familias se dedican directamente a la venta de droga de diverso tipo y se sabe que cada día entran más de 800 coches al poblado a comprar droga, mientras la policía está en la entrada al recinto, vigilando que “fuera” no suceda nada y controlando cuando así recibe la orden, quien entra y sale. Parte (no todas) del resto de familias colaboran como vigilantes, o ayudando en tareas sucedáneas.

En la actualidad aquellas casas son auténticos bodrios habitacionales, chabolas insalubres, donde se hacinan ancianos, padres e hijos, y donde la realidad de la droga es más un grave problema incluso para ellos, que un negocio tremendo como muchas veces se nos hace ver. Las familias venden droga que compran antes, su rentabilidad está en la diferencia entre lo que pagan, lo que consumen y lo que venden. La miseria es una constante tremenda e indigna. Las casas están interconectadas unas con otras, para facilitar el paso entre ellas y poder huir o esconderse. Algunas pocas familias sí tiene un gran negocio, pero la mayoría de las personas que allí malviven, son personas que no tienen donde ir, esperando simplemente el final. Hay que señalar que unas pocas grandes familias del poblado disponen de propiedades fuera del mismo, que adquieren con las ganancias de las drogas, y que no utilizan para vivir pues el poblado es “su empresa” y que dejan para sus hijos.

A partir de la década de los años 80 la droga entró totalmente en la vida del asentamiento y se convirtió en un mercado consentido, sin solución social de continuidad, siendo un lugar tremendamente increible para cualquier trabajador social que llega por primera vez y no logra entender tanto abandono, tanta inmundicia, tantos errores constantes. La basura se amontona, las enormes ratas viven con las familias y los niños en muchos casos viven sin escolarizar correctamente. La droga sigue matando.

Se ha intentado entregar viviendas dignas a las familias que desearan abandonar Son Banya, pero solo 15 de estas abandonaron el poblado a cambio de pisos en 2010 y sus chabolas fueron derribadas. Familias sin ingresos que efectivamente, no se dedicaban a la compra venta de droga.

Pero la realidad que no se quiere ver es otra. Todas las grandes ciudades necesitan tener “culo”; los habitantes de Son Banya aunque estén rodeados de ratas no quieren vivir fuera de allí y no quieren irse; los sistemas de seguridad tienen “encerrados” con tapias admitidas a lo que consideran un “mercado ilegal” donde todo el que entra y sale es claramente identificado si así lo quieren hacer los policías.

Es el culo interno de la ciudad. Fuera de las vallas está la limpieza y la fiesta, dentro puede estar moviéndose toda la mierda social. Como sociedad, admitir esto es tremendo, pero es real. Llevamos décadas sin solución, simplemente porque no se quiere, o porque se sabe que según qué tipo de soluciones, es sólo trasladar el problema de sitio. Simplemente cambiar el culo de ubicación.

Hoy se calcula que cada día se “factura” todavía unos 80.000 euros en droga vendida para una población de toda la isla de Mallorca, de mucho turista, vicio y fiesta. Tanto cocaína como heroína, se surte a toda una isla que vive en yates, en discotecas de fiesta o de un turismo que viene al desenfreno total. Es un entramado donde cada escalón va sacando su propio beneficio. La presión de los medios está logrando en los últimos años que Son Banya se está encogiendo como punto de venta de droga, simplemente por haber salido hacia otros lugares —con menos control policial y de los medios de comunicación— los puntos de venta.

Van quedando familias que viven de la chatarra, de las ayudas sociales a cambio de que lleven a sus hijos a los colegios, y la falta de calidad digna en la vida de la personas hace que tras 50 años de su puesta en funcionamiento, aquel proyecto se esté muriendo lentamente, muchas veces sin luz, siempre sin agua caliente en muchas casas, con mucha suciedad, con poca salud social y personal, sin lograr la integración necesaria y demostrando que es un fracaso el proceso de encerrar en un gueto a las familias que no están adaptadas al sistema social habitual. Hace falta mucha más formación social, educacional, laboral, integrar a las mujeres de las familias como líderes de estos procesos, dignificando la vida de las personas pero dotandolas de posibilidades reales de tener ingresos y trabajo estable con arreglo a sus formas de vida y de sociedad.