Es habitual escuchar el argumento de que los gestores tecnócratas serian mejores gestores que los políticos. Se parte de dos argumentos, dos hipótesis iniciales, que a menudo son aceptadas por una gran parte de la población: (1) Toda ideología es mala. (2) Los tecnócratas no tienen ideología.
Pero como todos entendemos de antemano al generalizar, ambas afirmaciones son falsas. Desdeñar de la ideología, no como forma parcial de ver una realidad objetivamente perceptible, sino como forma subjetiva de entender un problema complejo que implique un trade-off en la aplicación de soluciones no óptimas, es un disparate.
Si partimos de que la filosofía es el arte de hacer preguntas, y entendemos que muchas problemáticas del contexto social pasan por el entendimiento a través de una base filosófica (diferenciada) previa, entenderemos como son las preferencias las que determinan esta forma subjetiva de entender el mundo.
La ideología permite confrontar ideas diferenciadas horizontalmente, no verticalmente, pues si no (en el caso de que defiendas una idea no óptima), o es interés (defender algo generalmente perjudicial porque te beneficia particularmente, o quizás podríamos pensar en una ideología derivada del solipismo), o ignorancia (si simplemente no entiendes el perjuicio).
Desdeñar de la ideología es pensar que todos los problemas tienen una única solución óptima de Pareto (un win-win), lo cual es, en un contexto de preferencias diferenciadas, algo iluso y equivocado. (Eso no quiere decir que no existan problemas particulares donde sí exista una solución aceptada por todos).
La segunda es pensar que los tecnócratas no tienen ideología.
Eso es eminentemente falso desde que partimos de que todo el mundo tiene preferencias y, por tanto, una forma subjetiva de ver el mundo, es decir, una ideología. El problema no viene la diferenciación horizontal (en donde todo el mundo tiene su espectro ideológico), sino en la vertical.
Ante un problema con una solución generalmente óptima, como hemos visto, hay dos razones que pueden hacer que no se realice. (1) Que el que la aplique sea un ignorante. (2) Que el que la aplique tengo un cierto interés particular.
Es cierto que un tecnócrata puede tener una mayor aptitud para hacer que el primer problema no se de tanto. Es difícil que un tecnócrata peque de ignorante si, por su categoría profesional, tiene experiencia con el tema. Más discutible es el caso del segundo problema. ¿Acaso un tecnócrata no puede tener intereses?
De hecho, es posible que tenga más lazos con algún sector económico en particular que con el pueblo (sociedad) en general, haciendo más factible que sean los intereses los que primen sobre sus decisiones.
Por tanto, un tecnócrata, en cuestiones o problemas de solución no óptima (para una sociedad diferenciada), tendrá una ideología, como la de todos. Y en problemas de solución óptima (para la sociedad, separándola del tecnócrata) puede que tenga intereses propios, aunque es más factible que no sea un ignorante (O un estúpido, como diría Cipolla).
Lo mismo vale para organismos institucionales internacionales, véase BCE, FMI, y todas las siglas que te apetezca poner.
Aparece en CincoDias una tablita con las previsiones que se hacía para 2012 la Comisión Europea. Podemos ver un crecimiento del 1,5%, una caída del déficit de un 1%, tras lo que llegaríamos a un 5,3% (llegaremos al 7,3%, se estima, sin contar las ayudas a la banca, que pueden ser otros dos puntos más).
¿Qué hacemos? ¿Nos reímos o lloramos?
Porque tener instituciones que hagan unas previsiones tan clarísimamente erróneas (en su momento, mirar hacia el pasado es tan fácil como girar la cabeza hacia atrás) es claramente un problema. Sobre todo si ponemos las políticas más de acuerdo con unos datos y cifras de un futuro que, por naturaleza, es incierto, que con los problemas reales de la economía.
Y luego nos encontramos lo que nos encontramos. Una caída del 1,37% del PIB en 2012, con una caída que se ha ido agravando trimestre a trimestre, llegando a un -1,8% interanual en el 4º de 2012.
Y es que se han juntado el hambre con las ganas de comer. Una ideología mal explicada de un partido político que nada entre dos aguas (la de los liberales y la de los interesados y corruptos), revestida de objetivismo barato: “no se puede gastar más de lo que se ingresa, sabe usted” que hace que el señor Montoro tan pronto crea en una teoría como en otra. “Lo mismo da”, debe pensar. “Esto de las teorías es para los teóricos”.
Mientras Europa solo espera sentada y rezando porque no la caguemos más y diciendo que todo lo que hacemos está bien (para no levantar ampollas, ¿recordáis cuando Merkel decía que Zapatero lo estaba haciendo bien?…).
Como todo problema recursivo, debemos volver al principio. A estimar una solución que se antoja, también, subjetiva, por los trade-off que presenta.
¿Qué es mejor? ¿Un tecnócrata que esconda de ideología su interés o un político ignorante?
Esto es como que te pregunten qué es peor ¿Un político mentiroso o un político ignorante?
PD: Que conste que no tengo nada en contra de los tecnócratas como técnicos, especialistas en una materia (sería una estupidez por mi parte). Sino al hecho de revestir las posturas que son claramente ideológicas de una “neutralidad” técnica inexistente.