Creemos que el máximo uso de la democracia es el derecho a poder ir a votar para decidir, a elegir, a seleccionar aquello que creemos mejor. Y no es cierto. El mayor éxito de la democracia es precisamente el contrario, no tener que votar, sino ponernos de acuerdo en una negociación entre partes.
Otra cosa es el Acto Final de Votar para que así conste en Acta Oficial.
Pero ponerse de acuerdo en una negociación es muy complicado, casi imposible a veces, y al final tenemos que ir a votar para decidir y saber cuántos hay de cada postura. Para contarnos.
No podemos estar negociando sin tiempo tasado, y a veces es imposible el acuerdo en la negociación pues los tacticismos ya indican que a una de las partes le viene mucho mejor votar y punto pelota.
A veces confundimos el derecho a votar con “nuestro” derecho a votar.
Y la verdad es que en política la mayoría de las votaciones se hacen al margen de los ciudadanos y al margen incluso del conocimiento de la sociedad.
Todos los días en todas las administraciones de debate, se votan decenas de propuestas. O se negocian y se llega a la conclusión para que no sea necesario votar.
Cualquier asunto que se lleva a un ayuntamiento por un Grupo Político (por poner un ejemplo sencillo), antes de presentarlo se debate para llegar a un acuerdo, intentando que no se tenga que votar, pues el votar divide.
Es el primer acto de negociación. Luego esto se presenta a una mesa de “posturas” donde están representados todos los Grupos con un representante, para tomar posición sobre el asunto. Se vuelve a negociar, se hacen transacciones y se acuerda o no.
Aquí ya se marcan las primeras votaciones, se hagan efectivas o no en esa mesa para que cuando se acuda al Pleno donde vuelven a estar todos los demás Grupos con todos sus integrantes, se vote definitivamente para que así conste en Acta Oficial.
Pero en el Pleno ya se sabe de antemano casi con seguridad el resultado de la votación. Aun así en ese acto se vuelve a negociar, a intentar convencer.
Vuelve a estar sobre la mesa el derecho a la negociación, al debate, antes que el de la votación. El derecho a convencer y a ser convencido.
Las democracias débiles empiezan a demostrarlo cuando ya no se debate o estos debates nunca sirven para nada. Cuando todo queda circunscrito a la votación.
Votar para decidir es pues la demostración de una debilidad final del sistema democrático que es incapaz de ponernos de acuerdo.
Y se vota en política pero también en los órganos de poder de las empresas, o en cualquier situación donde haya posturas encontradas entre partes que negocian o plantean alternativas.
La democracia nos ha enseñado a votar, pero no tanto a negociar, a ceder y convencer, a ser capaces de admitir de la otra parte ideas y proyectos que pueden ser interesantes, aunque vengan de la parte contraria.
Es todo un arte la negociación. Y el votar es lo más simple y la demostración que han fallado todas las demás posibilidades.