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Los estudios demuestran que los tramposos suelen ser los que parecen más tontos

Hay estudios que demuestran casi todo, es decir, basta con aplicarse o encargar el estudio y tener razón en lo que te propones. No es que no valgan los estudios para nada, que tampoco es eso, sino que debemos tomarlos con pinzas críticas y saber elegir, sobre todo a los autores. Muchos autores no se prestan a las trampas y conocerlos es fundamental a la hora de
creerles. Uno puede estar de acuerdo o no con la opinión de alguien, pero si sabe que al menos es honrado, su opinión nos sirve para tenerla en cuenta aunque no la compartamos. Si es un tipo que se presta al mejor postor hay que huir del apestado, pues todo sirve para él. Si vas a montar una empresa elije bien al asesor que te ayude a detectar si algo es negocio o un desastre, por eso casi es mejor que te equivoques tú mismo, al menos no te sentirás engañado.
En el mundo de la empresa hay muchas trampas, entenderlas es fundamental para saber defenderse en la competencia. No es que diga que todo es trampa, que no es eso; es peor, se mezclan las trampas con las verdades lo que hace que salga una mezcla imposible de digerir pues en medio de la mezcla hay verdades como puños que nos engañan y logran generar confianza. La habilidad está en saber separar el polvo de la paja, o casi mejor, de lo legal de lo ilegal. De esto saben, intentar saber, mucho los inspectores de trabajo y de hacienda, pues cada día los asesores son más listos y sabes escaparse de la línea recta del pago.
Si a las trampas para pagar menos le sumamos las trampas para tener el estudio que demuestra que lo que haces lo haces bien y por algo maravilloso aunque sea mentira de las gordas, ya has logrado creer que tendrás éxito aun a costa de hacer trampas. Las trampas que más éxito tienen son las más sencillas y aquellas que parece imposible que sean trampas. Os recuerdo el juego de los cubiletes en donde un tonto mueve la bolita de una manera tan burda que todo el mundo lo ve clarísimo. Incluso el pardillo que cae en la trampa. Curiosamente en cuanto pones los dineros encima de la bolsa, el tonto sin dejar de ser burdo te da el cambiazo y deja la bolita en otro cubilete. Acabas sin dinero pero además convencido de que el tonto eres tú. Si no estás seguro de saber dominar a los listos que se disfrazan de tontos, lo mejor es no jugar a ser empresario.