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Nunca entré en los Salones Dorados. Siempre me quedé en la puerta

Yo no he llegado a entrar en los Salones Dorados por varios motivos de los que no todos conozco o reconozco. Pero de los que sí... es por ser lento en mis decisiones, lento y a veces dubitativo. 

Quiero asegurarme de las situaciones y decisiones que debo tomar en exceso… y eso es imposible sin pagar un precio muy alto. Y si refriegas las reflexiones por muchos sitios, al final o te las pisan o ya dejan de ser tuyas para ser de todos.

Consultar esta bien, pero para patentar ideas no sirve pues pierdes su propiedad, dejan de ser tuyas.

Recuerdo en estos tiempos actuales algunas “adivinaciones” que no logré poner en funcionamiento y que se han cumplido sin fallo cuando todos hace tres décadas me miraban con cara de asegurar que yo era estúpido o un tipo que simplemente quería opinar diferente. 

Prepararse con tanto tiempo para evitarlas o aprovecharlas parece mucho, pero ahora sé que mis errores me costaron dinero y futuro, por faltarme osadía y decisión de saltar solo.

No me importa el no haber entrado en los Salones Dorados y quedarme en las puertas de varios de ellos en excesivas ocasiones. Ser el primer perdedor es jodido, pero a todo somos capaces de acostumbrarnos. Y es cómodo.

Un punto de excesiva comodidad o de falta personal para asumir riesgos... también tengo. Abrir las puertas y entrar siempre es un acto de riesgo. Una vez que entras es muy complicado salir fuera.