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La última vez que lloré. Y hay que decirlo con tranquilidad


Llorar es como una montaña en la que de niño se va subiendo de forma muy rápida hacia el NO llorar y con la edad vas bajando hasta reencontrarte otra vez con las lágrimas como casi terapia. Abajo de esa montaña está la situación que podríamos llamar "normal" que es el llorar cuando la vida lo necesita. Y arriba la situación que cada uno nos creamos como coraza para disimular y demostrar que somos fuertes por fuera, aunque seguimos siendo igual de humanos por dentro. Creo que los animales no lloran, y debe ser por mantener las formas. Por mi edad ya estoy bajando y casi llegando al suelo, así que me permito llorar cuando me da la real gana.

Hoy he llorado. Me han hablado de una persona que no conozco padre de un amigo, profesor de literatura y lengua, y me han explicado sus métodos de enseñanza con sus alumnos para lograr que aprendieran a hablar en público, en voz alta. Y me han enseñado un libro de haiku que había escrito. Tiene el profesor casi joven desde hace dos años… esa enfermedad de nombre alemán que le vino a los pocos meses de jubilarse.

Hoy —por fin— va a poder salir a la calle con su hijo desde la Residencia para Personas Mayores y podrá ver a sus nietos, más de un año después de la última visita con niños. Nadie sabe qué sentirá pues tiene lagunas y espacios en blanco. No sabe si los reconocerá. La semana pasada fue su esposa y una buena amiga a verlo y sin mediar palabras les cogió de la mano a ambas y se puso a llorar. 

Somos tan débiles que las enfermedades de nombre alemán nos vencen aunque seamos buenos profesores y hayamos escrito poemas. Las enfermedades no entienden de utilidad humana.