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La horizontalidad política mal entendida

Esta semana saturada he tenido tres reuniones políticas importantes. Y han ido de menos a más importancia teórica, de menos a más integrantes, de menos a más seriedad legal. Tres platos de una misma comida.

Cuanto menos personas integrábamos la reunión (digamos que una docena) y menos esperábamos de ella, más importancia tuvieron los temas analizados, mejor se trataron los asuntos, mejores silencios y escuchas, más participación plural de todos.

Al contrario fue sucediendo según iba aumentando el número de personas y la importancia de los asuntos a tratar, que siendo los mismos en las tres ocasiones, se iban intentando convertir de teóricos a decisorios por el tipo de la reunión de trabajo.

Podríamos pensar que el número máximo de calidad para una reunión válida sería 12, y el número peor sería a partir de 80. Sigo pensando que a partir de 20 integrantes todo se convierte en una simple reunión de intercambio parcial de opiniones o en un gallinero sin dominar, depende de los casos. Aunque también se podría pensar que en según qué tipo de reuniones políticas prima excesivamente el tacticismo, y deja de tener sentido práctico el intentar encontrar soluciones válidas, pues todo parece venir ya pactado y atado.

Las organizaciones horizontales son mentirosas. Pero no se lo decimos a la cara. Nos lo aguantamos. Las verticales son peores y con eso nos conformamos. En las horizontales, el que es más alto hace sombra a los que tiene a su lado y además es capaz de ver —por ser más alto— qué hacen los de alrededor. Y eso siendo lógico, no se emplea para hacer crecer la organización, sino para hacer crecer al que ya parte de ser más alto. Es decir, que o mides 1,80 o no te enterarás de nada. Y los que peor lo pasan son los que miden 1,75 pues son capaces de ver todo y a todos, menos al que mide 1,80 que siempre queda por encima de la horizontalidad.