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Las bibliotecas públicas

Pocos lugares hay en las ciudades modernas que conserven todavía el espíritu griego de la polis, de la ciudad al servicio de la sociedad, como las bibliotecas públicas.
Lugares silenciosos, llenos de historias y de amigos de papel, que viven todos los días de personas que acuden a leer o a estudiar, a trabajar o a cambiar libros.
Todas son distintas pero mantienen un hilo conductor, son recibidores de personas que buscan leer, que coleccionan palabras e información.
Ahora en verano en mi ciudad, dejan de abrir por las tardes y los sábados.
Un mal ejemplo, porque precisamente el verano es un tiempo idóneo para descubrir libros, para perderse por historias ajenas. No me sirve la excusa de que son los jóvenes estudiantes los que más las utilizan, porque una biblioteca está precisamente para enganchar, para servir a la sociedad aunque solos sea con su presencia.
Estoy seguro que cuanto más horas de fiesta laboral, más se lee, y por ello se debería intentar repensar los horarios de apertura.
Mientras tanto, seguiremos peleando para que algún día se abra la Biblioteca Tecnológica Cúbit, un proyecto maltratado, que demuestra lo poco que creen en la cultura algunos políticos. Tal vez les dé miedo.