El programa de televisión “Pesadilla en la cocina” es el ejemplo más simple pero eficaz para entender lo que sucede en las empresas pequeñas que se nos hunden en España. Cuando uno tiene que acudir a una auditoría de calidad, normalmente, no tarda más de un día en detectar los problemas más bastos, los gruesos, aunque luego tardemos un par de días más en afinar el diagnóstico y una semana o varios años en encontrar las soluciones.
Generalmente son siempre los mismos problemas, que se repitan también en “Pesadilla en la cocina” como mantras absurdos, sean empresas de restauración, fontanerías, empresas de artes gráficas o inmobiliarias.
Unos jefes que no saben ser jefes, que si acaso saben ser dueños pero que incluso en muchos casos ni eso, y que no tienen ni formación suficiente para ser empresarios ni saben gestionar personas, ni producciones, ni innovar, ni trabajar en lo que producen. Lo que no evita que muchas veces estén todas las horas del mundo en sus empresas, estén siempre sufriendo, lean mucho y tengan unos asesores estupendos, pero generalmente fiscales.
A eso se suma una moda desastrosa por contratar a los trabajadores más baratos, a los menos preparados, a los conflictivos, a los que no saben formar equipos. Y si se le añaden unas gotas de: poner como “jefes” o “encargados” a los que ya han demostrado ser unos muy buenos profesionales trabajando y de los que esperan que lo sean también mandando y organizando, aumentándoles el sueldo para esas nuevas responsabilidades pero abandonando lo que sabían hacer muy bien que era desarrollar un trabajo de calidad, tenemos la enfermedad completa para tener que cerrar.
En la empresa española siempre hemos creído que como en la mili, quien tiene más cargo debe cobrar más sueldo que el que tiene menos cargo jerárquico. Enorme error. Y cuando a alguien le teníamos que pagar un mejor sueldo para no perderlo, lo nombramos jefe de algo creyendo que así se ganaría mejor lo que se le paga de sueldo en otro error brutal. El sueldo tiene que ver más con la producción y la calidad, más con meter goles que con controlar a los jardineros del césped. En el fútbol el delantero cobra más que el entrenador, pero en la empresa (generalmente) el buen profesional gana menos que el encargado de producción o el jefe de compras.