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Relegislar sobre la libertad de opinión

Estamos en trámite para intentar meter en la cárcel (de 1 a 4 años) a un cómico que aparentemente se sonó los mocos con un trapo posiblemente impreso y fabricado en China, en el que algunos ven una bandera de España. Debía estar enfriado y ya se sabe, estos ataques de tos, de estornudas, pillan donde menos te esperas y actúas con impulsos. Tampoco sabemos si realmente se sonó los mocos o simplemente se pasó la tela por la nariz, pero de lo que sí estamos seguros es de que es un cómico y que la libertad de expresión debemos cuidarla.

Si yo a una persona le digo hijoputa por las Redes, y no soy de esa parte de España donde es normal decir hijoputa como adjetivo gracioso y amigable, pues esa persona se puede enfadar. Pero la realidad es que muy posiblemente ni yo conozca a su madre ni lo conozca a él en persona. Si a mi me lo dijeran me traería al pairo, pues yo conocía muy bien a mi madre.

Pero lo grave es saber dónde está el límite. Si le digo a una persona idiota se puede enfadar y ponerme una demanda. ¿Y si le digo tontainas? ¿Y si le digo escaso de pensamiento? ¿Y si le digo listo o guapo y no lo es tampoco? La palabra jilipollas es muy ambigua, así que me cabe la duda de si es ofensiva o no en este castellano tan rico. Corto de polla podría valer igual, pero aquí ya depende del tamaño sobre el que consideremos que uno es corto de polla o no. Depende.

Hay que poner límites al sentirse ofendido. No se ofende quien quiere, sino quien cae rendido ante la ofensa. Es mucho más peligroso que te despidan del trabajo, que te nieguen un crédito o que te engañen en el supermercado con el precio y la calidad del pescado. Y en cambio eso no suena mal, no jode, no está castigado. No me entiendo ni yo mismo.