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Estamos cansados de no hacer nada. Estamos quemados

Las personas acuden cansadas a votar, con pocos deseos de participar del cambio, con la dejadez más bien del "ya basta" sin calibrar bien si su elección es la que se necesita, tal vez por saber que ninguna es milagrosa e incluso ni buena.

Hemos logrado destronar el desencanto, pues para estarlo, antes, hay que estar embutido en el encanto, en la creencia, en la ilusión por algo. La ilusión por la política la perdimos hace ya un par de décadas, lo que supone que muchos de los actuales votantes no la han tenido nunca. Ahora casi toca el asco, la tristeza, la mala gana, la huida. Y eso es complicado de asumir, pues tras esto yo ya no sé, qué puede venir después que sea peor. Tal vez el suicidio social.