Páginas

La historia real de Kiko y Coto. Si no tuviéramos Telecinco, habría que inventarla

La capacidad para buscar entre las basuras leones más salvajes cada día, es innata de algunas televisiones y no tanto de algunos programas, que gozan con su pelea diaria por tener más anunciantes y sobre todo más espectadores que hagan posible el aumento de los precios de sus anuncios.  Los espectadores somos el excipiente necesario para poder vender los polvos químicos de la publicidad.

El circo televisivo ya no consiste en encontrar los leones más feroces, los elefantes que son capaces de pisar más fuerte. Ahora además hay que crear historias bastardas alrededor de la actuación de los leones, como una continuación de un Gran Hermano perpetuo, en donde cada personaje animal pueda comportarse con su lógica salvaje y además logre trasmitirnos su historia personal, para ayudarnos a no sufrir con las nuestras.
Ayer Telecinco trajo a Coto para ponerlo enfrente de Kiko, que son dos hermanos gemelos de gran corpulencia, capaces de poderse pegar en directo, para gozo de los directores de programación, algo que casi consiguieron ayer.
En el zoo de animales enfermos hemos conseguido interacción, televisión en relieve a bajo costo, auténticos personajes ficticios que actúan como esquizofrénicos en aras de lograr audiencia y de dejarnos contentos con nuestra ración semanal de violencia sin movernos del sillón.
En vez de quejarnos con la que está cayendo, vemos cómo se pelean los gladiadores enfermos y pedimos la oreja del perdedor, para estar más contentos de nuestros propios sufrimientos. Ya no necesitamos sufrir por lo nuestro pues se nos ofrece gratis el sufrimiento de “los otros” para sentirnos bien y contentos con nuestra pobreza diminuta ante la de las bestias del circo.
Si no tuviéramos Telecinco, habría que inventarla.