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El caso de la bebedora de cava, vasca y con hígado metálico

Debajo de mi ventana tengo a una señora que lleva tres largas horas tomando cava en copas flauta como quien se toma agua. Ya estaba ella sentada en la misma banqueta antes de cambiarme para irnos a cenar. Ahora y tras unos paseos de pinchos por el viejo Bilbao la observo y le cambian la copa y su contenido de vez en cuando, como buena bebedora, nada de ser una alargasorbos, no, es una degustadora de no sé qué marca. Pero lo curioso es que cada vez habla más - normal- e incluso más elevado -normal- pero sigue hablando bien, cuerda y con sentido, como si el cava fuera agua con gas.

 Cada hora cambia de contertulios pero ella sigue en su banqueta alta, algo encogidas las piernas como no deseando tocar suelo y envuelta en un traje de topos blancos y azules marino como el que no desea hacerse notar mucho. Ahora escucha a otra señora que también bebe cava hablar de las loterías y de las gominolas para rematar con un: "a tomar polculo" que no venía al caso, para continuar con la explicación del solomillo que se ha cenado. Vaya batiburrillo sin sentido. 

-Y hasta aquí te lo digo- remacha la nueva compañera, para decirle varias veces como si se hubiera olvidado de todo, que: -Me he cambiado de día para decirte todo esto- que uno mientras escucha ya se ha liado completamente y cree que está escuchando a Dalí o a alguien surrealista. Lo malo de estas conversaciones escuchadas a hurtadillas es que no puedes intervenir para solicitar aclaración. Quedaría mal desde mi ventana del primer piso solicitar limpieza de textos.

-Mira Francisca, me encanta hablar contigo por que me escuchas- oigo decir a la de más horas con el cava, para terminar gritando un: -Cariño mío, qué guapo, qué carita tienes, déjame que lo toque- dirigiéndose a un cochecito de bebe que venía por la calle, del que era imposible saber si contenía a un niño hermoso o a un puñado de trapos. Pero ello lo sabía. Y os juro que se ha bajado del taburete y sin tambalearse se ha puesto a realizar carantoñas al niño tapado. Debe tener un hígado de concurso. No sé si dormirme o esperar a otra botella más de cava.

-Y no me digas, madre mía, ¿y por qué eres tan guapo?- y aquí he decidido apagar la luz.