La vida lenta, la “Live slow” trata de que asumamos todos que lo más valioso es lo que con triste normalidad, es de lo que más carecemos.
El tiempo libre para nosotros mismos, para aquello que más nos gusta hacer.
El tiempo libre para nosotros mismos, para aquello que más nos gusta hacer.
Todos asumimos que la sociedad está en crisis, que los valores ya no tienen el mismo papel social que hace unos años, que las escuelas deben cambiar, que las religiones que más crecen son aquellas que buscan la vida tranquila, el saborear la vida que tenemos.
Buscamos la conexión con personas, con la familia y amigos, con los vecinos, con la sociedad. Algo que hace unas décadas era muy común y que ahora en las ciudades hemos perdido. Deseamos tener una vida conectada, una vida comunicada con muchos. Y como entendemos que no es fácil hacerlo en persona, de forma física, nos inventamos otros sistemas más virtuales por que en realidad la necesidad existe, nos faltan las formas, las herramientas.
Pero la conexión entre personas sigue existiendo entre muchas culturas, es la occidental quien más hemos perdido este activo vital.
Conexión en el que el intercambio alimentario era una de las posibilidades ancestrales más utilizadas. Yo hacía queso y te lo cambiaba por harina o por hierba. Yo hacía las herraduras y tu me ayudabas a regar mi huerta. Yo te contaba mis problemas y tu me ayudabas con mi dolor de espalda. Simple intercambio de relaciones humanas.
Pero la realidad es que tras olvidarnos de la importancia en las relaciones humanas debemos reaprender, cambiar nuestra forma de cultura para volver a la relación sincera con otras personas. Ser más simples pero más humanos, donde la calidad prime sobre la cantidad. La cercanía y el contacto de piel supla a estar rodeados de muchos pero con los que nunca hablas, nunca te tocas, nunca les escuchas.