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Las comunidades de vecinos son un ejemplo. De lo que sucede en España

En mi comunidad de vecinos somos 70 y a la última reunión acudimos nueve. Somos propietarios de unos pisos de 15 años, agradables, con garaje y zona común, y con un valor suficiente como para que las personas se ocupen sólo media tarde al año en escuchar los posibles problemas y sus soluciones, opinar y plantear dudas y soluciones. Pero sólo estábamos nueve. ¿Cómo podemos pretender que la sociedad quiera implicarse en los asuntos públicos, si en los suyos, en los privados con pasta, en los que todavía debe al banco una buena pasta en hipotecas, no acude a simplemente enterarse durante menos de dos horas, qué asuntos hay que tratar?


La desafección social es un asunto de educación, de formación, de bobada social. Somos incapaces de vigilar lo nuestro, de cuidar su mantenimiento o su coste pues estamos hablando también de unos 60/70 euros al mes de gastos de comunidad. Nada les parece importar. Y estamos hablando de un edificio de barrio, de trabajadores, de gente casi joven en su mayoría. Ese segmento que parece más implicada con lo que le rodea. Pero a lo suyo lo abandona y lo deja en manos de nueve y de un gestor. Si restamos a esos nueve, dos de tres de los presidentes y vocales que lo dejan, y otros dos de los que entran, pues en ambos casos falló una persona, nos encontramos con que si no hubiera que cambiar de cargos igual hubiéramos estado media docena.

No pidamos nada a los demás, tampoco los critiquemos, si no somos capaces cada uno de nosotros, de estar donde por lógica egoísta tenemos que estar. Como para estar en los lugares donde se está gratis, dando la cara para algo que no es nuestro, sino de todos.