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La Transición y sus anuencias en sombra

Leía anoche mientras buscaba el sueño un texto sobre la Transición en España, ese periodo sin duración determinada que ahora algunos quieren revisar. Y surgió en el texto la palabra “anuencia” en varias ocasiones, como una decisión admitida y a veces necesaria. Es verdad que en toda negociación te dejas músculo y razones. Pierdes para ganar. Dicen, decimos, que si en la negociación no salen descontentos ambas partes, es que no ha sido una buena negociación. Alguien ha ganado sobre el contrario.

La Transición fue una negociación entre la izquierda inexperta y la derecha escondida.

Una derecha muy fuerte que contaba con el estamento militar y el dinero, que poseía la economía y el poder. Incluso tenía el Cielo y el Infierno para demostrar que la razón estaba de su lado.

La izquierda tenía tan solo un elemento. La razón, la necesidad de que España avanzara y saliera de la dictadura para presentarse a Europa y a la OTAN.

La negociación era pues imperfecta. Desequilibrada. Unos podían imponer y los otros solo razonar. Y con la única herramienta, que era la razón de país, se logró lo que nos ha permitido llegar hasta aquí. Los jóvenes no recuerdan aquella España, pues no han querido escuchar nunca a sus padres y tal vez hayan hecho hasta bien. Pero aquella España es el preludio de esta. Sí, de esta imperfección.

Anuencia me pareció una palabras bastante exacta. Era admitir, esa asumir como mal menor. Se consentía aquello que se creía no poder discutir, no poder pelear. Se intentaba sobre todo sacar algo de sustancia aunque fuera dejando en la gatera los desgarros de una democracia imperfecta. 

Todo es mejorable, pero todo lo es si se analiza para juzgarlo con las leyes que imperaban en aquellos tiempos. No ya leyes legales y de libro, que también, sino leyes del sentido común, de la realidad escondida en los bancos, iglesias o cuarteles.

Han pasado 40 años y el gran error no estuvo en los años que van desde 1975 a 1982. Los errores son los que hemos ido cometiendo muchos años después y que no hemos sabido resolver.  
 
A partir de 1990 España debería haber dado el salto hacia la construcción de un país moderno en su economía, en su sociedad, en su formación y en su mercado laboral. Tuvimos un espejismo en 1992 que duró unos meses y otro periodo de luces que duró lo que duró Zapatero en su primera legislatura (2004-2007). Lo demás han sido sombras de diferente poder.
 
Estoy esperando a que salgan a la luz los secretos de aquel periodo,  lo que no hayan roto, para escribir y conocer algunas verdades hoy claramente mentidas.