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Los dormitorios no son para dormir. Son para soñar

Las personas somos la suma de dormitorios, el lugar del hogar más propio, más interno, más íntimo, donde nacemos y morimos. Nunca deberíamos morir en la calle. 

Yo tengo varios dormitorios fijos. Uno en Martorell, otro en Anzánigo, uno en Zaragoza, otro en Teruel y luego otro más en Madrid. Todos son dormitorios propios, siempre el mismo, con mis sábanas y mi almohada. Bendito invento el de la almohada hecha a tu medida. 

El de Madrid es menos fijo pues depende entre tres pequeños apartamentos turísticos, pero ya nos conocemos bien los tres y allí sí, las almohadas son del tun tun. 

En mi vida he tenido muchos más dormitorios fijos. En Gurrea, en Miranda, en Soria, en Cambrils, en Birmingham, incluso de niño en Huesca. Lugares fijos donde ponerme horizontal y soñar. 

Un dormitorio se compone precisamente solo de eso, de ser el contenedor de los sueños. Los vamos dejando pegados sobre las paredes y sabemos que son los nuestros pues casi nadie va por allí a dejarse engañar. 

El último dormitorio ha sido en Teruel. Ya es mío. El primero en el Boterón, del que ya nada queda.